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¿Qué hubiera pensado mi abuelo que todos los días desde que se jubiló salía al campo, tomaba el sol, se descalzaba siempre que veía un riachuelo y metía los pies dentro, se bañaba incluso en invierno en las pozas y ríos que rodean nuestros parajes si un día yo le hubiese dicho: «Abuelo, en el futuro, la gente vivirá tan encerrada en sus casas y ciudades que enfermarán de falta de naturaleza, y sus médicos tendrán que recetarles baños de sol (helioterapia) dos veces por semana, pasear descalzos por la playa (talasoterapia) una vez al día en ayunas, escuchar música (musicoterapia) al menos media hora todos los días y shinrin-yoku (pasear por el campo) al menos dos horas por semana». Imagino que mi abuelo hubiese pensado que sería surrealista que lo que para él era simplemente vivir, lo normal en la vida, para sus nietos fueran terapias recetadas y pautadas por sus médicos o terapeutas, porque querría decir que sus nietos en algún momento se olvidaron de vivir.

Shinrin-yoku, la medicina del bosque. Ahora los científicos demuestran que un paseo tranquilo por el bosque, disfrutando de las vistas, los aromas, los suaves sonidos del bosque es terapéutico para la salud. Por supuesto que lo es, pasear por el campo aporta relax, bienestar, los aromas del bosque están plagados de aceites esenciales que tiene propiedades inmunoestimulantes y relajantes, la vista al mirar a horizontes abiertos aporta a nuestro cerebro una agradable sensación de calma y paz y el oído que por fin descansa del constante estrés del ruido ambiental, consigue aportar serenidad.

Solo el hecho de pasear por el bosque calma y sosiega la mente. En nuestros torbellinos del día a día de ritmo estresante, nuestra mente suele funcionar muy rápido, de manera repetitiva, y con un pensamiento circular, lo cual desgasta mucha energía y nos hace perder mucha eficacia, nuestro pensamiento se aturulla y la gestión del tiempo se nos atasca, y nos estresamos, queremos hacer muchas cosas pero tenemos la sensación de que no hacemos nada. Pensad en esas ocasiones en que tenemos un problema y hay que tomar una decisión, si lo pensamos en casa o en una oficina, entre cuatro paredes, el pensamiento se vuelve totalmente circular, empezamos a darle vueltas al problema, y no llegamos a ninguna solución, pasamos horas pensando para acabar en la misma frase en que empezó nuestro interminable diálogo interno. Una actitud terapéutica seria decir «ya lo pensaré luego, mientras doy un paseo por el bosque», y, efectivamente, si abordamos un problema mientras andamos por una senda o camino del bosque, la mirada se pierde a lo lejos, en el horizonte, el entorno es totalmente relajante, con lo que nuestra mente aborda el problema desde el relax, no desde el estrés, nuestra adrenalina (hormona estresante) y nuestro cortisol (hormona de la depresión) bajan y el hecho de pensar mientras seguimos un camino lineal, hace que nuestra mente cambie su forma de trabajar, y en lugar de pensar de manera circular, empieza a pensar de manera lineal, obliga a nuestros pensamientos a ordenarse (de igual modo que cuando nos obligamos a escribir para solucionar un problema) nuestra mente ordena nuestros pensamientos en un inicio o planteamiento del problema, desarrollo de las características y opciones de acción al problema y por supuesto final y conclusión, lo cual nos evita malgastar energías increíbles en pensamientos circulares que no llegan a nada, y con un desgaste mucho menor de energía nos permite pensar con claridad y tomar mejores resoluciones.

Además, al pasear relajadamente por el campo, empieza a trabajar menos la parte racional y consciente de nuestro cerebro, la que se ocupa de las obligaciones diarias y el cerebro activa su parte más creativa e imaginativa, por lo cual, muchos ejecutivos que necesitan aportar ideas nuevas a sus trabajos, muchos escritores que buscan la inspiración, muchos artesanos y artistas encuentran la inspiración en este tiempo de sereno y relajado paseo por entre el bosque, en la que la parte del cerebro que siempre desgastamos se aquieta y deja espacio a la parte más creativa de nuestro cerebro que normalmente con las prisas del día a día no la escuchamos nunca, ni le damos tiempo para que pueda expresarse.

El mejor tratamiento para el sistema nervioso no es tomar medidas cuando ya estamos con ansiedades, taquicardias o depresiones, sino tomar medidas en nuestro día a día que equilibren el factor estresante de nuestras vidas, si estamos 8 horas en un trabajo estresante que menos que dedicar una o dos horas a andar por el bosque o a realizar deportes que nos desestresen, encontrar formas de equilibrar el desgaste que en nuestra sociedad, simplemente por el ritmo frenético en el que vivimos, sufrimos.

Pero además, el shinrin-yoku, no solo tiene el efecto que más o menos todos conocemos sobre nuestro sistema nervioso sino que es muy importante también para nuestro sistema inmunitario, sabemos que el sistema inmune y nuestro estado de ánimo están estrechamente relacionados, pero además, la abundancia de aceites esenciales que respiramos mientras paseamos por el bosque tienen un gran poder inunoestimulante, de hecho, cuando estudiamos aromaterapia vemos que una cualidad general a todos los aceites esenciales es que son bactericidas y muchos ellos incluso antibióticos. Los aceites esenciales tienen la cualidad de estimular nuestro sistema inmune y ponernos más fuertes. No iban nada desencaminados nuestros antepasados cuando para el tratamiento de afecciones respiratorias construían hospitales en plena montaña alejados de las ciudades. Respirar aire puro es sin duda indispensable para la salud de nuestros bronquios y pulmones y además para fortalecer nuestro sistema inmune.

Qué diremos del increíble beneficio sobre nuestro corazón y sistema cardiovascular, si simplemente el mejor tratamientos para mejorar varices, edemas en piernas y fortificar nuestro corazón y nuestras arteria es andar, si además de andar lo hacemos por un entorno tan beneficioso como la naturaleza.

Podríamos llenar muy fácilmente páginas y páginas con los beneficios de el shinrin-yoku, para la piel, la asimilación de la vitamina D, para la oxigenación de todos nuestros tejidos, para el sistema endocrino, para nuestros huesos y articulaciones, para fortalecer y destensar nuestros músculos, para mejorar nuestras digestiones e incluso en muchos casos el tránsito intestinal, y un larguísimo etcétera que si me lo pedís puedo explicar en futuros artículos. Pero no quiero acabar sin compartir con vosotros un pensamiento: cuando leo artículos sobre el shinrin-yoku, la talasoterapia, la helioterapia,  y demás, no puedo evitar acordarme de mi abuelo e imagino que como muchos otros abuelos, tenían la costumbre de salir mucho al campo, y tenían un contacto muy directo con la naturaleza. ¿Qué hubiera pensado mi abuelo que todos los días desde que se jubiló salía al campo, tomaba el sol, se descalzaba siempre que veía un riachuelo y metía los pies dentro, se bañaba incluso en invierno en las pozas y ríos que rodean nuestros parajes si un día yo le hubiese dicho: «Abuelo, en el futuro, la gente vivirá tan encerrada en sus casas y ciudades que enfermarán de falta de naturaleza, y sus médicos tendrán que recetarles baños de sol (helioterapia) dos veces por semana, pasear descalzos por la playa (talasoterapia) una vez al día en ayunas, escuchar música (musicoterapia) al menos media hora todos los días y shinrin-yoku (pasear por el campo) al menos dos horas por semana». Imagino que mi abuelo hubiese pensado que seria surrealista que lo que para él era simplemente vivir, lo normal en la vida, para sus nietos fueran terapias recetadas y pautadas por sus médicos o terapeutas, porque querría decir que sus nietos en algún momento se olvidaron de vivir.

Rosana Ferre