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luciernaga

¿Sabías que el alma, igual que nuestro organismo, también acumula toxinas que pueden llegar a ser muy perjudiciales, sobre todo para los demás?

Empecemos con una Fábula Sanadora que algunos ya conoceréis:

«La Luciérnaga y la Serpiente»

Había una vez una serpiente que perseguía sin descanso a una luciérnaga. El insecto tenía mucho miedo, por eso huía muy rápido de la feroz depredadora que no desistía en su intento de alcanzarla. La luciérnaga pudo escapar durante unos días, pero la serpiente no cejaba… El pobre bicho, ya sin fuerzas, detuvo de repente su agitado vuelo y le dijo a la serpiente:

—¿Puedo hacerte tres preguntas?

—No acostumbro a conceder deseos, pero como te voy a devorar, vamos, pregunta… —le espetó el enroscado reptil.

—¿Pertenezco a tu cadena alimenticia? —comenzó a interrogar la luciérnaga.

—No —contestó siseando.

—¿Yo te hice algún mal? —siguió preguntando el luminoso insecto…

—Pues… ¡no! —volvió a responder su cazadora.

—Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo? —quiso saber la luciérnaga.

—¡Porque no soporto verte brillar! —fue la respuesta de la depredadora antes de intentar darle caza de nuevo.

 

Ahora está muy de moda la depuración o «detoxificación» del cuerpo para alcanzar un estado de salud más o menos aceptable, aumentar las defensas y vivir un poco más felices. Pero, ¿qué ocurre con la desintoxicación del alma, con ese «¡no soporto verte brillar!» que envenena nuestro mundo emocional?

Existen algunas personas que en algún momento de su vida han realizado (y siguen haciéndolo) este trabajo: sumergirse en su interior para hacer una buena limpieza anímica. Se trata de acciones muy parecidas a cuando decidimos hacer limpieza profunda en casa, tiramos cosas que ya no sirven, desinfectamos, pintamos y acogemos un nuevo orden, quizás con detalles nuevos en las estanterías, etc. Gestos de limpieza tan sencillos en nuestro hogar que, sin embargo, generan decisiones complicadas cuando ahondamos en nuestras propias profundidades y debemos decidir qué cosas «tiramos» o desechamos, cuáles podemos dejar o qué sería lo más apropiado para renovar todo aquello que ya no nos sirve y además nos daña.

Y de la misma forma que la depuración del organismo debe estar bajo supervisión de algún profesional de la medicina, nutrición o dietética, la limpieza de nuestra alma debe hacerse solo y exclusivamente bajo la guía de un experto. Un modelo terapéutico basado exclusivamente en la medicación no puede ayudarnos a «desinfectar» la casa, sería parecido a querer disimular la «basurilla» que barremos escondiéndola debajo de la alfombra.

 

Somos un conjunto, un ser integral y cuando existe toxemia en nuestro cuerpo, nuestras emociones se verán comprometidas. Por tanto, es deseable que ambas limpiezas, tanto de cuerpo como de alma, se acometan con un corto espacio de tiempo entre ellas o, si fuera posible, se realicen de forma paralela.

Sin embargo, no todo el mundo está por la labor de modificar su alimentación o, mucho menos, de ponerse a despejar el parabrisas de sus egos nublados o bucear en las profundidades de su impenetrable isla. Y así, van por la vida exhalando una «toxemia» muy dañina para algunas personas especialmente sensibles.

Por esta razón, voy a enumeraros una serie de parámetros con los que podréis contar a la hora de distinguir a la «gente tóxica».

No obstante, antes de hablaros de estas características, quiero dejar muy claro que no es nuestra intención, de ninguna manera, que las uséis para aumentar vuestra intolerancia y rechazo: la «gente tóxica» no es un enemigo a reducir; no olvidemos que los demás son los «espejos» en los que nos reflejamos. Muy al contrario, nuestro objetivo es ayudaros a reconocerla para que podáis marcar unos límites necesarios en beneficio de vuestra salud. Estas personas (en el fondo) suelen sufrir mucho con su forma de ser, aunque la soberbia les impida demostrarlo de forma abierta a los demás. Si aprendemos a identificarlas y a encontrar esa precisa invulnerabilidad que selle nuestro espacio personal, quizás, incluso, podamos aventurarnos en echarles una mano y aceptarlas, en lugar de apartarlas de nuestro camino como si sufrieran la peor de las pestes. Es más, nuestra errática humanidad, en algunos momentos de la vida, nos habrá conducido a ser también «gente tóxica» para otros.

Por todo ello, es igual de importante que aprendamos a reconocer esa toxemia tanto en nosotros como en los demás.

 

—Las personas que acumulan toxemia generan una ola de energía negativa a su alrededor muy fácil de percibir, sobre todo por las personas altamente sensibles. Se puede decir que son como «vampiros emocionales, psíquicos o energéticos»: se dedican a succionar las fuerzas de los demás, a robarles su «luz» («¡No soporto verte brillar!»).

—Cuando tengas delante de ti a una persona que solo habla de sí misma, «porque yo soy, bla, bla…, yo hago, bla, bla, bla…», a través de un discurso pesimista, cargado de negatividad, quejas, descalificaciones y juicios; si además tiende a hacer una tragedia de situaciones cotidianas y por si esto fuera poco, no se interesa por ti en ningún momento… ten por seguro que estás delante de alguien «tóxico».

—Por regla general son egoístas, egocéntricas, desagradecidas y desconsideradas con sus semejantes, aunque estén entre amigos. Tienen una consciencia equivocada, por eso se sienten el «ombligo del mundo» o que todo gira en torno a ellas. En el fondo, estas personas tienen muchas carencias afectivas, por eso su principal objetivo es llamar la atención, aunque para ello tengan que asumir el rol de víctima y voltear (manipular) todas las situaciones a su favor y beneficio.

—Aunque, como ya hemos dicho, asume muy a menudo el rol de víctima; sin embargo es una persona autoritaria («líder negativo») que siempre cree estar en posesión de la verdad y la razón. Se pasa el día juzgando y corrigiendo a los demás.

—Está convencida de que tiene a todo el mundo en su contra, pero no analiza en qué se puede estar equivocando ella. No pueden ser felices, ya que ostentan un modo de pensar irracional (disfuncional) que les impide vivir en calma y armonía.

—La «gente tóxica» carece de empatía para ayudar a los demás o sentir compasión por ellos.

—Despliegan una envidia patológica hacia todas las cosas buenas que le suceden al prójimo, incluidos amigos y familiares. Es incapaz de alegrarse por el bien ajeno porque vive centrada en ella misma, demasiado pendiente de sus carencias y además, no sabe valorar las cosas buenas o positivas de su existencia.

Pese a todo lo que has leído, conocerás ocasiones en las que te resultará muy difícil evitar personas tóxicas. Existen gemas y piedras, como la Ametrina, el Cuarzo Citrino y la Turmalina; así como algunas flores de Bach: Holly, Crab Apple, Star of B., Centaury, Walnut, Aspen… No obstante,  será necesaria una consulta personalizada pues no existen preparados universales, de la misma forma que no hay dos personas «tóxicas» iguales.